(ABOGADOS, ALTA Y BAJA COSTURA)
Por Julián Axat*
*Defensor
Penal Juvenil de la ciudad de
“Musulmán o biopolítica.”
La
presente ponencia busca analizar la disposición estética de los abogados
penalistas, dentro del campo en el que reproducen su actividad. Se trata de analizar
una dimensión muchas veces ignorada como sistema de disposiciones objetivas que
produce condicionamientos sociales asociados a la clase y a los gustos (las
preferencias manifestadas) en sus prácticas. En la puesta en escena, el
vestuario también tiene su dramaturgia y cuenta una historia, por medio de un
lenguaje visual con el espectador que comunica y se convierte en signo de lo
que se quiere decir, porque no solamente se narra con la palabra también con la
imagen, el color, la plástico, suelo utilizar y darle aplicación a un término
relacionado también con la mimesis, la misma naturaleza y el arte: disimulo,
engaño, “que parece y no es”, logrando en el traje por medio de efectos la
magia de la iluminación escénica, el propósito artístico deseado.
Como
decía Ossorio y Florit: “La toga es ilusión. No puede cada hombre limpiarse del
deseo de ser una cosa distinta a los demás. No distinta por los arrumacos y
floripondios, sino por nuestra función, por nuestro valer, por nuestra
significación... ¡Ah!, eso del peso de la toga sobre los hombros no es un
tópico vano, aunque el uso la haya hecho cursi. La toga obra sobre nuestra
fantasía haciéndonos limpiamente orgullosos, nos lleva por el sendero de la
imaginación, a la contemplación de las más serias realidades... la toga
diferencia, y siempre es buena, pero esa distinción no sería nada si no fuese
acompañada del respeto, de un pueblo ingenuo, sencillo y rectilíneo que le
tributa con admirable espontaneidad diciendo: “Ese hombre debe ser bueno y
sabio”, y sin duda tenemos la obligación de serlo justificando la intuición de
los humildes. ¡Pobres de nosotros si no lo entendemos así, y no alcanzamos a
comprender toda la austeridad moral, todo el elevado lirismo que la toga
significa e impone”. De allí que este “imaginario de la toga” siga presente;
aun cuando la vestimenta romana ha quedado desplazada en los nuevos tiempos (no
así en Europa, o Brasil donde continúa), por “los trajes” (las camisas, los
trajes, las corbatas).
En
una investigación más abarcativa sobre distanciamiento judicial, este uno de
los ejes con los que me he cruzado, lo que me ha llevado a analizar las
posturas y vestimentas en los pasillos judiciales y en las audiencias; es
decir, reglas de costura y elegancia convencionalmente aceptadas o rechazadas
por el propio medio, y el “efecto” relativo que las mismas pueden llegar a
tener como artefacto de “distinción” o presunto signo de elevación de capital
social. Para ello he realizado una serie de entrevistas y observaciones de
campo interesantes, en las que he recogido algunos datos relevantes para cruzar
ciertas hipótesis. De entrada conjeturé
que aquellos operadores judiciales con mejor “charme” en alta costura y
uso de corbatas con las que visten alcanzan niveles performáticas de alta eficacia
frente a los funcionarios judiciales que los convalidan al sentirse parte de
una misma estética. Sin embargo algunos aspectos recogidos me llevan a
relativizar tal hipótesis: “Mirá, acá vienen abogados que visten muy mal, traen
trajes viejos, sucios. El fuero penal provincial se caracteriza por tener
abogados muy mal vestidos y con mala apariencia. Eso no tiene nada que ver que
no les demos la razón, aunque muchas veces te confieso es chocante... el tipo
puede venir con barba de días, sin corbata, no pararse cuando entran los
jueces, eso te predispone mal ante ese tipo... que encima ya todos lo conocemos
por la fama que tiene” (entrevista a un juez). Como vemos, el sistema de
justicia clasifica a los abogados que conoce, y ya sabe sus prontuarios y maneras
de ser-presentarse en las audiencias. Si bien es una impronta negativa de
entrada, no es determinante, en las decisiones de los jueces.
Las
reglas de etiqueta muchas veces tienen una historia dentro de ciertas
instituciones, pues los insumos vienen de afuera, y los tiempos actuales ponen
en crisis el “aura de los ambos a medida”: “Vengo atendiendo a abogados desde
hace cincuenta años, todos trajes a medida. Los jueces y abogados más conocidos
de La Plata se
hacían los trajes conmigo, sus hijos también son mis clientes hoy... acá
tenemos las mejores telas, sedas importadas que en las casas de modas no se
consiguen... pero viste que ahora están esas casas Johnson en donde un ambo te
sale dos mangos, pero es una tela berreta y los ambos se te rompes todos, todos
los trajes son iguales, no hay detalles, no hay medida... el abogado que va a
comprarse un traje a esos lugares no sabe nada, no se da cuenta que en la
justicia todos se fijan como le calza el saco, la forma de la corbata, la caída
del pantalón... acá viene gente por recomendación, si no venís por
recomendación yo no te visto... las normas de etiqueta de hace treinta años se
están perdiendo lamentablemente, pero por suerte algunos se siguen fijando en
estas cosas... hay abogados que perjudican a sus clientes si no se fijan...
mirá te digo algo, en la justicia federal, si vos no sos un tipo elegante, a
medida, olvidate que te atienda el juez, o la gente de la mesa de entradas te
trate como es debido, se fijan en eso, un buen abogado es un tipo de perseguido
por un sastre...” (Sastre muy conocido del ámbito judicial). La etiqueta
“artesanal” pareciera encontrarse en
tensión con la etiqueta “industrial”, al menos esa es la queja del sastre que
con los años ha venido perdiendo clientes desde que compite con los trajes
seriados, que “pierden la medida”. La reproductibilidad técnica de la costura,
hace ingresar la “homogeneidad” en la vestimenta y en los cuerpos: “todos los
trajes son iguales, no hay detalles, no hay medida”. La mención de la justicia
federal, deja entrever una percepción de exigencia más rigurosa en la
disposición normativa de etiqueta y distinción, es decir más alta que el de las
reglas de etiqueta de la justicia local; aunque esto sería relativo, desde que
muchos de esos abogados litigan en ambos fueros a la vez.
La
relación entre la alta costura y el capital social son aparatos de percepción y
distanciamiento de la propia cultura leguleya con una prosapia antiplebeya. La
percepción de la antigua toga sigue estando presente como toma de distancia por
obnubilación en sacramentos y púlpitos. Ahora bien, hay abogados que he
entrevistado que ponen en duda cierta cuestión de rigurosas etiquetas, lo ven
como un tema en crisis: “... Mirá, yo me visto con trajes, porque me compro dos
o tres ambos por año, pero también compro sacos y camisas, corbatas por
separado. Las voy alternando un día me pongo una camisa y un saco elegante
sport, con pantalón pinzado y cinturón de cuero, mocasines, etc. Otro día me
pongo un ambo de un color, y así. Alterno mucho. Le doy bola a la pilcha porque
es fundamental, y además me gusta. Mi viejo que era abogado engominado, siempre
perfecto en los trajes, me decía, un buen abogado se sabe vestir, y brilla.
Pero te digo que últimamente la cosa es más flexible, yo suelo ir a las
audiencias sin corbata, pero con una camisa de muy buena marca, con un pantalón
de vestir y saco de color a medida. Los jueces no te miran mal, porque te
conocen, y saben que sos un tipo de familia, de buen vestir, y seguro que ese
día quisiste ir más holgado, y eso te lo respetan... sabés que pasa, en el
fondo lo que importa es la percha...” (Entrevista abogado). En esta entrevista
a un abogado reconocido de los pasillos judiciales, perteneciente a familia con
vínculos en la justicia, se advierte un “permiso de etiqueta”. Es decir,
aquellos abogados que traen-vienen acompañados de un capital social adquirido
por herencia, no tienen un “deber” de etiqueta igual al que podría tener un
abogado desconocido (ya hemos visto la opinión del juez al respecto de los
abogados desconocidos o los conocidos que se mal-visten). En todo caso, hay -en
estos tiempos- un cierto permiso de “flexibilidad”, siempre y cuando respete la
tradición familiar leguleya y no la eche por la borda poniendo en crisis la
convencionalidad. Es decir, el propio sistema da por descontado que la herencia
le asegura a ciertos abogados (en este caso el hijo de otro abogado, ese sí
fanático de las corbatas y trajes) un reservorio de gusto sofisticado en la
alta costura, aun cuando la descendencia no lo sepa aprovechar, o lo
flexibilice un poco. La frase “en el
fondo lo que importa es la percha...” resume el imaginario de este abogado con
abolengo judicial, la negación o invisibilización del capital de costura, y la
exteriorización de su capital social que da por sentado su capacidad de
disposición hacia la etiqueta, sin hacer esfuerzos. A diferencia de otros
abogados, que por carecer de esa herencia, deberán hacer un esfuerzo por
demostrar “lo que está encima de la percha”, ostentar hasta “subrayar” que
tienen un buen vestir, para así ocultar “la mancha” de su capital social: “...
acá vienen varios abogados vestidos con trajes de las mejores marcas de las
casas de alta costura extranjeras, vos los ves, incluso sobresale el pañuelito
del bolsillo, sabés que pasa, por más que se pongan un traje de varios miles de
dolares, esos tipos chorrean grasa por todos lados, uno de esos abogados
es muy conocido... igual acá vos tenés
gente que se deslumbra con esos tipos, pero esa gente es nueva, los que
conocemos el pasillo de tribunales sabemos cuando un tipo es pura apariencia,
es un tipo de baja estofa, encima te cobra caro, tiene un super auto, y como
abogado es malísimo...” (de un empleado de mesa de entradas). La mancha del
capital social no puede taparse para los empleados de la justicia que tienen
experiencia, porque conocen las reglas de etiqueta, y se dan cuenta cuando un
abogado utiliza demasiadas artimañas para pretender ocultar su origen. A
diferencia de los nuevos empleados que -según los viejos empleados- se dejan
obnubilar y no alcanzan a percibir el verdadero estatus de los abogados que
visten con trajes excesivos (alta costura – baja costura). La idea de “grasa”
(kitsch) es muy ilustrativa, pareciera que hay una contradicción entre el traje
y la persona, la necesidad de “subrayar”
la alta costura es un esfuerzo por pertenecer ante la mirada de los novatos y
incautos clientes, no la del viejo empleado que ya conocería las artimañas de
los abogados para engatusar con las apariencias. La cuestión siguen siendo
aquellos abogados que, desconocidos, saben vestir moderadamente para el sistema
de etiquetas y no generan una contradicción excesiva entre el capital social y
el sistema de etiquetas que asumen (abogados discretos). La armonía parecería
bien vista, en este caso (homología armónica: alta costura y alta cultura).
Pero también están los abogados de alto encanto (abogados top, “chic”
charme) “... hay abogados que se nota
que tienen clase, y además cuidan su clase con unos trajes increíbles. Siempre
impolutos. Siempre un traje distinto para la ocasión. Claro que es gente que
posee mucho dinero y además tienen una buena educación... Algunos utilizan
estilográficas de oro, o vienen acompañados con otro abogado que le hace de
ladero, y no está tan bien vestido como él...” (de entrevista a un juez).
Pareciera que este juez se deslumbra cada vez que atiende a este abogado.
Pareciera como la disposición de la justicia hacia este tipo de modales es de
absoluta “simpatía” y atracción (nuevamente alta cultura - alta costura). La disposición
natural (convencional) hacia la recepción de este tipo gusto refinado (al creer
del juez) podría suponer algún tipo de influencia sobre los temas a decidir
(aunque esto es una conjetura, en la practica, puede que esto no se de. De
hecho no siempre se da).
Ahora
bien, qué ocurre con los gestionadores de esas mismas reglas, los jueces, pues
son ellos los que las aceptan o rechazan: “...Hay jueces que también visten
mal, son zaparrastrosos, pero como son jueces se les perdona... los que no se
lo perdonan son sus propios jueces colegas, los que muchas veces tienen que
sentarse con ellos en un tribunal, entonces se miran mal entre sí... a mí me
tocó ir a un juicio de varias jornadas donde se notaba que un juez tomaba de
mas por la noche, y a la mañana venía con resaca o tenía mal aspecto, era como
que se dormía, cabeceaba, y los otros jueces le hacían señas, todos los días
vino al juicio con la misma camisa... uno es abogado y no les va a decir nada a
los jueces porque son jueces, pero un juez no puede tener mal aspecto, tiene
que cuidar su figura, está bien que entre los mismos jueces se llamen la
atención...” (entrevista abogado) Resulta interesante la alusión de este
abogado, especialmente desde que tiene en cuenta una suerte de autocensura o
autocontrol por espíritu de cuerpo hacia los modales y formas de presentarse.
La anécdota recuerda a aquella imagen del pintor R. Daumier, en la que el juez
duerme mientras se lleva a cabo el juicio y el abogado alega. Son los jueces
quienes regulan el sistema de etiquetas a la hora de medir si los abogados se
paran cuando ellos ingresan, toman la palabra solo cuando se les permite, hacen silencio cuando se les exige; y llevan
corbata cuando todos la llevan. Las reglas de etiqueta ante la corporación
judicial son costumbres silenciosas, no están escritas en ninguna ley; pero
todos las suponen conocidas. No es lo mismo el atuendo del reo o del defendido,
que el atuendo del abogado o del juez. Cada uno ocupará un rol previsto, y cada
uno respetará un sistema de expectativas y convenciones para el que fue
entrenado. La negociaciones de este sistema de reglas se juegan en la práctica
como una obra de teatro en la que los jueces tienen la función de aceptarlas o
rechazarlas. “Me ha tocado que vine al juzgado sin la corbata y el juez me pide
que la próxima vez la traiga, porque en la mesa de entradas los oficiales
mayores tenemos que tener corbata; los abogados tienen que tener corbata,
porque los jueces usan corbatas. Es una cuestión de respeto. Yo no le exijo a
los meritorios o a los empleados que no son abogados que las usen, pero si sos
oficial primero la tenés que usar, aunque parezca todavía una antigüedad...”
(oficial mayor de un juzgado). El sistema de etiquetas se reproduce hacia
dentro del sistema de justicia, y por jerarquías, a más altura en el cargo, más
exigencia en las formas de presentarse, aun cuando todavía sientan que se trate
de un anacronismo, los jueces llaman la atención a aquellos que tienen
responsabilidades, si no se muestran presentables ante el público. El “deber de
respeto” pareciera ser parte del juego de las corbatas y las florituras de las
mismas que no debe perderse. Los colores de los trajes no parecen ser algo
fortuito, sino algo que la propia moda o convención también aprueba:
“Antiguamente se usaba mucho el negro, los abogados de antes eran trajes de un
mismo color, negro oscuro, también el marrón es bastante conservador, o el saco
blanco, los tiradores, el jacket... Ahora se usan muchos colores, el beige, el
verde, el saco a cuadros, se mezclan tonalidades, las corbatas son chillonas,
la informalidad es más notable, lo que pasa es que si vos tenés mal gusto se
nota, si no sabés conbinar, los demás te van a decir, ahí viene el loro, el
tucán... Los tipos que se saben vestir, usan pocos colores, tienen discreción y
buscan el tono favorito, esa es la gente que a mi me gusta vestir...”
(entrevista al sastre)
También
resulta interesante que en este sistema de expectativas, el juego de las
etiquetas predomina hacia una disposición “masculina”. De hecho la toga romana
no tiene sexo. A las mujeres abogadas se les suele permitir mayor flexibilidad
y relajo en las formas de etiqueta. Aunque lo que no se les permite es la falta
de recato y discreción: “acá las abogadas
suelen venir con polleras tubo cerradas, con un tajo más bien mínimo, suelen
usar trajes a medida, ambos y jackets. Las defensoras oficiales se visten muy
recatadas, nada de hacerse las locas... si mostrar un levemente las piernas o
un breve escote, la sensualidad pasa por ahí, no en mostrar... algunas usan
lentes de pasta como de secretarias y se nota que no necesitan lentes... acá
viene una abogada que tiene las mejores piernas que vi en mi vida, todos
imaginamos lo que sigue hacia arriba...” (entrevista a un empleado judicial) .
Como se puede apreciar, el sistema judicial conserva un patrón de imaginario
machista marcado (falocéntrico) respecto de la estética femenina; permitiendo o
exigiendo un recato en las formas de mostrarse-vestir que pide a gritos el
detalle del escote y las piernas, siempre “hasta ahí”, pero como elemento
potencial de seducción o “ratoneo”. Es como si este tipo de reglas de etiqueta
impusiera una formalidad vacua de mujer difícil, mujer fatal, abogada de la
distancia con lo mundano, pero que cuando entra en el cotidiano no formal
pierde el encanto del detalle, se vulgariza.
Algunas Conclusiones:
Hemos analizado algunas entrevistas de las
realizadas, a distintos actores, a fin de analizar las disposiciones de
abogados, dentro del campo en el que reproducen su actividad. Hemos dicho que
las reglas de etiqueta ante y desde la corporación judicial son costumbres
silenciosas, no están escritas en ninguna ley; pero todos las suponen conocidas
como “habitus” o tradición de campo. Estos temas suelen ser ignorados a la hora
de analizar las practicas judiciales, siendo que pueden ser útiles para
explicar trayectorias y disposiciones objetivas de posiciones estructurales de
determinados campos de acción (campo judicial). Hemos elegido “la costura” de
los abogados dentro del Sistema Penal, en tanto es un lugar interesante para
percibir cómo el gusto se evidencia en las interacciones (y cómo son imaginadas
por ciertos actores), y sobre todo en cómo éste permite apreciar el fenómeno de
la distancia y el sistema de expectativas dado (costura/cultura- alta/baja),
cuando estos actores lo atraviesan; ya sea adaptándose o poniéndolo en crisis
(subvirtiendo). Las entrevistas dejan entrever cierta complejidad en la
cuestión, y aquella propia hipótesis que postulaba que los operadores con mejor
costura alcanzan mejores niveles performáticos, debe quedar desplazada por otra
que supone mayor índole de pertenencia-aceptación a un espíritu de cuerpo (en
la relación cultura-costura que sea, alta o baja, o viceversa), y en todo caso,
el tipo de acumulación de clientes obnubilados ante esas tecnologías; pero no
por ello efectividad en los planteos que se realizan.
BIBLIOGRAFÍA
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- Luis Felipe Millán, El vestuario, una breve
historia en la trasesena. En Revista Colombiana de las Artes Escénicas Vol. 2
No. 1 enero - junio de 2008. pp. 118 – 121.
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- Pierre Bourdieu, El sentido social del gusto”,
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2011
- Pierre Bourdieu, Alta cultura baja costura,
2002, Sociología y Cultura, Mexico. Grijalbo. (pag 215/224)
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