Por
Blaise
Pascal
*Fragmentos
de “Pensamientos. Elogio de la
contradicción”
de Blaise Pascal (1623-1662).
El poder de la imagen es
superior al de la razón.
¡Esto
es asombroso!
¿Pues
no pretenden que reverencie a un hombre sólo porque va vestido de brocado y
seguido de seis o siete lacayos? ¡Y qué! Me hará azotar si no le saludo.
Ese
vestido es una fuerza.
***
Haría
falta tener una razón muy depurada para mirar como a un hombre cualquiera al
gran señor de los turcos, cuando está rodeado, en su soberbio serrallo, de
cuarenta mil jenízaros.
***
Nuestros
magistrados conocen bien este misterio. Sus togas rojas, los armiños entre los
que se envuelven como gatos, los palacios donde juzgan, las flores de lis, toda
esa parafernalia les es muy necesaria. Y si los médicos no llevaran ni ropa
talar ni chinelas y los doctores no usaran birretes y togas llamativamente
amplias, jamás hubieran engañado al mundo, que no sabe resistirse ante
semejante espectáculo.
***
No
podemos ni siquiera ver a un abogado vestido con la toga y con su birrete en la
cabeza sin formarnos una buena opinión acerca de su eficiencia.
***
¿No
diríais que ese magistrado, cuya ancianidad venerable impone respeto a todo un
pueblo, se rige por una razón pura y sublime y que juzga las cosas según su
naturaleza, sin prestar atención a las vanas circunstancias que sólo afectan a
la imaginación de los débiles?
Pues
miradlo ahora, cómo va a la iglesia a oír un sermón, con qué celo y qué
devoción va a reforzar la solidez de su razón con el ardor de su caridad… Ya
está ahí, dispuesto a escuchar con un ejemplar respeto. Pero, si al aparecer el
predictor, éste tiene, por naturaleza, la voz ronca y una cara extraña, si su
barbero le ha afeitado mal y, para colmo, se ha manchado por casualidad, por
muy grandes verdades que anuncie, apuesto a que el magistrado perderá toda su
gravedad.
***
Sólo
los soldados no se disfrazan. El papel que interpretan es, en efecto, más
esencial. Ellos se imponen por la fuerza, los magistrados por el disimulo.
***
La necesidad de imagen
delata el fracaso.
Si
los magistrados poseyeran el sentido de la verdadera justicia y los médicos
tuvieran el verdadero arte de curar, no tendrían que llevar bonetes cuadrados.
***
El arte de convencer se
asienta en la imaginación.
La
imaginación tiene el gran derecho de persuadir a la gente. Y la razón ya puede
desgañitarse contra eso: ella no puede ponerle el precio a las cosas.
***
¿Acaso
no es cierto que odiamos la verdad y a los que nos la dicen, que preferimos que
se engañen en beneficio nuestro y que queremos que nos estimen haciéndoles
creer que somos como no somos en realidad?
***
Por
eso la vida humana no es más que una ilusión perpetua. Todo es engaño mutuo y
adulación recíproca.
***
No
somos más que mentira, duplicidad, contradicción, y nos ocultamos y disfrazamos
ante nosotros mismos.
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