Por Julián Axat* y Esteban Rodríguez**
*Defensor Penal Juvenil de la ciudad de La Plata y
poeta y editor. Autor de “Musulmán o biopolítica.”
**Magister en sociología; docente e investigador de la
“Políticas de terror”; “Temor y control. Gobierno de la inseguridad y
regulación del delito” (en prensa).
Director del proyecto “El derecho a tener derechos.”
Comencemos con Friedrich Dürrenmantt. El cuento
se llama “La avería” y la historia es sencilla: un viajante llamado Alfredo
Traps sufre una avería en su coche y se ve obligado por este motivo a pernoctar
en una de las casas del pueblo. Allí es invitado a participar en un extraño
juego: el del tribunal de justicia. En efecto, un juez, un fiscal y un abogado,
todos ellos ya jubilados, le preguntan si le gustaría prestarse a ser el
acusado. El viajante Traps, “atrapado” en su curiosidad, accede. Los otros le
interrogan acerca de su vida a fin de encontrar puntos en los que poder basar
la acusación. Hace poco su jefe ha muerto de una dolencia crónica en el
corazón, y Traps confiesa que tiempo antes se había acostado con la esposa del
muerto. Los otros insisten en establecer una conexión causal entre el
comportamiento moral de Traps y la causa de la muerte de su jefe. El tribunal
estima relevante desde el punto de vista penal, su proceder inmoral ya que con
dicha conducta el viajante ha causado la muerte de su superior. Los
constituyentes de ese tribunal son conscientes de que ningún tribunal normal
aceptaría tal conexión, pero ellos no son un tribunal normal. Por ello, en
virtud de la sentencia del juez, Traps es sentenciado a muerte.
Lo interesante del cuento de Dürremantt es la
vieja casta jubilada que no puede parar de reproducir el teatro judicial aun
jubilada. Siguen repitiendo como autómatas sus manías, pues sus cuerpos y
mentes no saben hacer otra cosa. El síntoma es repetir la trama para la que
fueron entrenados por la estructura.
El automatismo de las burocracias judiciales fue
descripto con maestría por Franz Kafka en El Proceso. Después de tanto
expediente dando vueltas y tantas vueltas por laberintos que no se comprenden,
aparece un juez. Se trata de un viejo que apenas puede moverse y balbucear algo
que no se escucha y tampoco se entiende. No habla sino que es hablado, no se
mueve sino que es movido, es una suerte de títere de una agencia que no
controla y en la que fue entrenado. El “aplazamiento indefinido” solo es
posible a través de una “maquinaria” compuesta por agentes que son causa y
efecto; una consecuencia de las relaciones de poder pero a la vez elementos
activos del dispositivo que los contiene y sobredetermina. Desde el momento que
los agentes son posicionados y entrenados por la agencia, tienden a reproducir,
muy a pesar suyo, las funciones enmarcadas según los ritos de rigor.
En un viejo estudio sobre el campo judicial, el
sociólogo Pierre Bourdieu (La fuerza del derecho, Elementos para una sociología
del campo jurídico, Ed. Palimpsesto, Bilbao, 2000) analiza las posiciones de
los agentes judiciales, las que no se
mueven como si estuvieran en un tablero de ajedrez, cual fichas (racionales);
en todo caso son prácticas y rutinas estructuradas (habitus al decir del
francés) las que dificultan los movimientos autónomos con el margen de maniobra
de un jugador inteligente, del estilo del modelo de “elección racional”. Por eso, las prácticas judiciales no son hechos
aislados que se explican en el libre albedrío, sino un efecto específico del
funcionamiento de la agencia que mantiene articulaciones específicas con los
otros elementos que componen el dispositivo judicial.
El margen de maniobra de los agentes es posible
claro, pero escaso. Allí aparecen “los díscolos” que utilizan estrategias de
toda clase para no quedar pegados o “ser reflejos”. Pero más que jugadores
inteligentes de un juego, son más bien quienes a la larga dinamizan el espacio
permitiendo ciertos cambios (nunca abruptos). Por eso los “díscolos” si no se
inmolan son los que se las tienen que ver cotidianamente con Siberia, la
carpeta médica o la amenaza de juicio político. Ello hasta que lleguen nuevos
tiempos y puedan acoplarse a una coyuntura que los defienda.
El “malestar en la justicia”, como bien señaló
un destacado Juez Federal, es un disparador para construir espacios
alternativos y encuentros que superen a “los díscolos” frente al “aplazamiento
indefinido” del que habla Kafka, o al habitusque refiere Bourdieu. Sería como
un salto cualitativo hacia otro plano.
“Justicia Legítima” muestra que un fantasma recorre los pasillos de las
burocracias judiciales y eso augura aires nuevos para la estructura. Lo
interesante es que ese espacio hasta ahora está compuesto, fundamentalmente,
por jóvenes magistrados y funcionarios judiciales. El aire de trasbasamiento
generacional dentro del esquema judicial se aprecia en el tono de muchos
pronunciamientos que hasta ahora se produjeron.
Claro que no se trata de iniciar una (falsa)
disputa entre “viejos” y “nuevos” ni pasar por alto honrosas excepciones de
antiguos funcionarios. Pero como en el cuento ” La Avería “, hay generaciones
de magistrados que vienen de procesos dictatoriales o, aun en democracia, de
entrenamiento bajo culturas judiciales muy autoritarias (pensemos en los
poderes judiciales provinciales); esos funcionarios repiten el síntoma de los
jubilados del cuento. En la reproducción de añejos esquemas verticalistas
suelen ser los cuadros “viejos” los que siguen amoldando a cuadros “nuevos” al
automatismo de los viejos habitus, pues así fueron entrenados ellos y así (en
esa tensión) “deben” perpetuarse (para ellos) las tramas que construyen la
idiosincrasia del campo judicial (como cossa nostra).
Apostar a un recambio generacional dentro de la
justicia es inyectar nuevos aires estructurales. Depende de mecanismos de
selección y captación que eviten este “encuentro” entre viejos-nuevos
contaminando con viejas prácticas. Que en todo caso permita la mayor proyección
de los “nuevos” y apertura creativa-horizontal-política de los que van a
ingresar de afuera o los recién llegados. Pero también dependerá de los nuevos
valores con los que los Consejos de la Magistratura se midan a la hora de elegir a los jueces
(los perfiles de esos futuros jueces pueden ser discutidos en parámetros
concretos que nada tienen que ver con los usados hasta ahora: no indolencia,
compromiso fuerte y probado con los derechos humanos, etc.). Pero eso también
depende de los recambios generacionales dentro de los Consejos de la Magistratura , y los
parámetros para elegirlos, etc.
El viejo régimen de una cultura judicial no se
va a desandar de un día para el otro, y la salida no puede ser corporativa para
reproducir conceptos vacíos intocando prácticas e imaginarios subyacentes. Una
contracultura judicial se puede fabricar y no apelar a demagogias. Depende de
tomar en cuenta liderazgos y experiencias ya dadas en disputa proyectándolas en
términos “culturales”. Por eso también el debate depende de involucrar -tarde o
temprano- a un afuera, a toda la sociedad, a las organizaciones civiles,
universidades, colegiaturas, etc.
El conjunto de leyes enviadas al Congreso por la Presidencia de la Nación el día lunes
consiste en la cristalización de este espíritu al que venimos refiriendo, y
representa el paso más importante en la vida democrática argentina dentro de
sus estructuras judiciales. La transformación y el impacto que puede llegar a
tener de cara a los próximos años debe ser pensado desde lo
“cultural-institucional”, pues las normas son solo deseos, hasta que que la
fuerza de su movimiento interno-externo las realiza. Ése es ni más, ni menos:
el cambio generacional, que no es un hecho natural ni una declaración legal.
Los jóvenes son la clave del cambio, no por ser jóvenes, sino porque si están
comprometidos a fondo con lo que creen, si llevan a cabo sus ideales sin
miedos, emancipan políticamente las estructuras anquilosadas. Y eso es, ni más
ni menos, que el regreso de las utopías.
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