LA GRIETA Nro 8

MAYO 2013

Para Volver al SUMARIO CLICKEA ACA

UNA JUSTICIA ELECTIVA NO ES UNA JUSTICIA DEMOCRÁTICA



Por Mariano H. Gutiérrez*

*Abogado y profesor de criminología y derecho penal en la 
UNLZ. Autor de “La necesidad social de castigar” y 
compilador de “Políticas de seguridad” y “
Populismo punitivo y justicia expresiva”.


Presupuestos y puntos de partida.

Vamos a comenzar por hacer explícitas algunos puntos de partida y tomas de postura por parte del autor, a los efectos de evitar que, por quedar implícitas, se conviertan en acusaciones. Acusaciones y recusaciones que parecieran deslegitimar al argumento. Entonces debo aclarar que (1) desconfío del discurso del “republicanismo” cuando en realidad encubre privilegios, encubre pactos de familias poderosas, y significa no dar entidad ni espacio ni relevancia al total, o a los sectores populares o vulnerables; (2) desconfío del discurso de la “institucionalidad” cuando significa prestar más atención a las formas que a la sustancia o al contenido, cuando parece indicar que sólo se necesitan buenas instituciones para que los hombres vivan (más aún en su versión mercantilista: sólo se necesitan reglas claras de mercado para que la sociedad se desarrolle, pero también en la versión que supone que basta la república para que haya democracia); (3) desconfío del discurso de la política “anti-populista” cuando trae bajo el poncho, recetas “tecnocráticas” cuando supone la razón de unos pocos lúcidos o elegidos; y por tanto también desconfío del discurso de la antipolítica que supone que en las “instituciones” no hay o no debe haber política: la política en una sociedad compleja y que se sostiene en la interacción subjetiva, está en todos lados: es la estrategia, es el orden grupal, es la manifestación de la libertad colectiva.


Cuestión de actitud

Habiendo trabajado adentro y trabajando ahora frente al sistema judicial (abarcaré así al Poder Judicial propiamente dicho y a las instituciones que lo flanquean: ministerios públicos fiscal y de defensa, por ejemplo), tengo ya formada una idea de cómo trabaja. Idea que surge de una larga experiencia. En efecto el poder judicial trabaja como si no le importara la gente del otro lado del mostrador, que es aquella para la que se supone que trabaja. El sistema judicial, en la cara visible de sus empleados y funcionarios la maltrata. Le quiere ocultar la “causa”. Le habla en una jerga que no comprende. Y si atenderla le demanda más de veinte segundos la exige presentarse con un abogado particular y por escrito. Esto aunque sea visible que a esa persona le resultara muy difícil contar con ese abogado particular porque es pobre, y aunque, en realidad, le insuma mucho más tiempo responder una nota escrita de un abogado que tratar de explicar en lenguaje llano a una persona que está en su mesa de entradas. Quien atiende suele ser arrogante, incluso con los abogados, aunque no entienda de derecho (pero aún si lo fuera, no hay razón para serlo). Muchas de las resoluciones del juez son inexplicables e inexplicadas. Nadie se toma el tiempo de explicarle como funcionan las cosas a quien aún no lo sabe. Incluso, jueces y funcionarios tampoco saben bien porque hacen muchas de las cosas que hacen: no están escritas en ningún lado, sólo se hacen así, porque cuando ellos eran empleados aprendieron a hacerla así: por tradición. La misma tradición que garantiza que muchas de esas prácticas y lenguajes sean crípticos, inentendibles para el de afuera. Muchas veces tampoco los abogados entendemos por qué un juez o fiscal hace lo que hace o resuelve como resuelve. Y por lo general la actitud de respuesta frente a un pedido de explicaciones es el desprecio o la evasiva, o la mezcla de ambas.
A nivel de su producción jurídica la justicia es lenta, lentísima. Tampoco hay razones en la letra de las leyes para ser tan lenta. Por el contrario, las leyes quieren acelerarla, indican todo el tiempo, que debe ser rápida y a hasta, a veces, indican sanciones para la lentitud (nunca aplicadas). Pero siempre fue lenta y los funcionarios aprendieron a manejarse lentamente. Todo tarda muchos días, o meses o años. Y como las expectativas del justiciable importan poco y nada, tampoco hay tanta razón para apurarse. A nivel ideológico, la gran mayoría de los magistrados tiene una visión conservadora de la sociedad: hay ricos que se merecen ser ricos y hay pobres que se merecen ser pobres, y eso explica la mayor parte de las cosas. Puede ocurrir algún caso que no se lo merezca, algún caso que deba corregirse, pero en general es así. Por lo tanto, eso se ve en sus fallos. La libertad, o el patrimonio, o el bienestar del rico se cuidan, los del pobre… bueno… por algo es pobre, además ya se acostumbró así, a no tener, a bancársela sin nada.
Siempre, hay que decirlo, en todos los fueros, en todos los departamentos, hay excepciones, hay jueces, o fiscales, o defensores o secretarios, o empleados, que van a contracorriente. Son casi héroes, luchan en soledad. Pero no cambian el gran cuadro de situación que antes describimos. Son tan pocos, que todos sabemos quiénes son, con nombre propio.


Sobre la política en el poder judicial.

Estas prácticas, incluso el desprecio por el que está afuera y por el que está abajo, por el que no entiende lo se le dice, el letargo para resolver sobre intereses ajenos, se aprenden. Son prácticas y se aprenden en la práctica. Son conductas y formas de ver y pensar que se van asimilando a medida que los empleados van siendo cada vez más exitosamente integrados al sistema judicial. A medida que aprender la forma de hacer las cosas es premiada, y por tanto la misma posición de uno comienza a necesitar continuar con esa forma de hacer las cosas.
La forma en que se manejan y estructuran los nombramientos y ascensos en la carrera judicial es una de las claves para las perversiones de todo el sistema judicial, y al mismo tiempo, es la forma normal de su autorreproducción. Cuando una persona ingresa por primera vez al poder judicial, esto ocurre porque es conocido de alguien que le ha pedido a un juez o a un magistrado de cualquier clase, por esta persona. Este novicio, que por lo general entra en el cargo más bajo, queda en deuda de gratitud con aquel magistrado que ha gestionado su ingreso y con aquel que lo ha aceptado en su grupo de trabajo (no siempre es el mismo). Si responde satisfactoriamente a las expectativas que han depositado en él estos magistrados, esto es, si trabaja y se comporta como los magistrados esperan que lo haga, se ganará un “derecho” a ser ascendido gradualmente. Se dice, entonces, que aquel que lo promueve, lo “apadrina”. Todo empleado necesita un padrino para ascender. Y lejos de hacerse más flexible o laxo este requisito se hace cada vez más duro mientras más alto se está en esta “carrera” organizada verticalmente de abajo hacia arriba. Tanto que un secretario (el cargo más alto antes de ser magistrado y muy influyente en cómo se comporta el grupo de trabajo), ya deberá contar con referentes y padrinos más fuertes si aspira a ser juez. Deberá saber que ahora juega un juego más intenso de acumulación y generación de deudas de gratitud. Ya está catalogado, y por tanto forma parte de alguna de las dos o tres líneas políticas identificables en ese departamento judicial. Es buen candidato porque es leal. Puede no entender mucho de derecho (si entiende, mejor), puede no ser el más eficiente (si lo es, mejor), pero entiende las reglas del juego judicial porque es leal con sus padrinos, y es leal porque entiende las reglas del juego judicial.
Estas enseñanzas prácticas están garantizadas, finalmente, por la estructura de organización de todo juzgado, fiscalía o defensoría: como una unidad militar: donde hay un general a cargo, oficiales y suboficiales. El general puede administrar sanciones y premios, siempre con la amenaza o el premio del nombramiento como la base de su poder. Estructura estrictamente verticalmente, en grados, que implican distancia, diferencia de poder, que se reflejan y solidifican en un código de títulos nobiliarios artificiales y modales coloniales. Los empleados le pertenecen al juez, él puede hacer con ellos lo que quiere, y por eso tiene garantizado que terminarán incorporando como propia su forma de trabajo.


La permeabilidad

Esto ha sido así desde hace largo tiempo. Hace tiempo también, que se achaca la opacidad y verticalidad del Poder Judicial, a su endogamia, a ser el coto político de unas pocas familias poderosas o de prestigio. Fue justamente para atacar este sistema endogámico y autorreproductivo (y por tanto opaco y conservador) que desde 1994 en la Nación y desde entonces en muchas de las provincias se han creado los Consejos de las Magistraturas. En el, se supone, se ven representados todas las fuerzas que deben intervenir en la decisión de nombrar a un magistrado. Y así se transparenta el criterio de selección.
En sus efectos prácticos, y en la mayoría de los casos (salvo honrosas excepciones), esto de ninguna manera ha significado mayor transparencia ni mejor criterio. El procedimiento es lo suficientemente complejo para que aquí que no está interesado directamente no lo entienda. Las evaluaciones son secretas, o arbitrarias pero inapelables. Todo consejo está diseñado para que la mayoría de sus miembros sea designados por los partidos políticos, preferentemente los que en ese momento están a cargo del gobierno y tienen mayoría legislativa. En definitiva, no hay ni más transparencia ni más meritocracia, sino más política partidaria. La creación de los Consejos sirvió para estabilizar al mercado político de la magistratura. Para repartir los poderes de acuerdo a lo que los partidos o ciertos referentes (que pueden aparecer pivoteando en distintos partidos) lograran en las elecciones generales, en los colegios, en las uniones de magistrados, en el poder judicial. Los consejos son una arena donde se resuelven y negocian los nombramientos, para poder ingresarlas pacíficamente al resto de las negociaciones partidarias: se puede canjear, por ejemplo, el nombramiento de un juez por la sanción de una ley. Los Consejos, entonces, es verdad, abrieron esos muros de la “Familia Judicial”, pero lejos de abolir el sistema perverso de padrinazgo y deuda de lealtad, la favorecieron, y la insertaron directamente en la lógica política externa, la que se hace visible en los partidos. Es decir, se refuerza y garantiza que los magistrados son quien más deben, y quienes más internalizada tienen o deben tener la cláusula de lealtad, de previsibilidad, de conocer la reglas del juego. Mientras más asciende el magistrado, tiene más poder, pero menos libertad. Mientras más padrino se es, más apadrinado también.
Y que quede claro que no se trata aquí de demonizar a los partidos políticos. Los partidos son la expresión que asumen en el sistema electoral los otros poderes fácticos. Lobbies de empresas, fuerzas de seguridad, corporaciones, la iglesia... toda estructura de poder llega e influye en los partidos, pues a fin de cuentas están para eso, para organizar los factores de poder respecto de su relación con el gobierno. Repetimos, entonces, no se trata de ver en los partidos políticos una lógica perversa, se trata de pensar  si la misma lógica política que es legítima en la política partidaria es la conveniente o deseable para el sistema de justicia. Si se quiere evaluar esta conexión en términos de “independencia judicial” (término tramposo), nunca estuvo más interpenetrado el sistema judicial por las instituciones de la política no propiamente judicial. Y uno de los problemas que esto acarrea es que mientras más se valore la lealtad al referente o padrino como cualidad para la magistratura, más se desplaza la idoneidad jurídica como requisito determinante… si es que alguna vez lo fue… En definitiva, en muchos circuitos judiciales (como la provincia de Buenos Aires) se hace cada vez más visible -denunciado desde adentro y desde afuera- la mala calidad de los funcionarios que se han designado los últimos años, poca idoneidad jurídica, poco conocimiento del oficio, poca independencia, poco poder propio y poco criterio. No es un secreto que esto esté ocurriendo. ¿Pero esto, acaso los ha acercado a brindar un servicio de justicia más cercano al pueblo? ¿menos opaco, o siquiera más eficiente y rápido, más entendible en sus resoluciones? Todo lo contrario, el nivel de violencia implícita en la relación entre el judicial y el público, el desprecio en el trato, la inentendibilidad del resultado, es cada vez peor.
Lo dicho antes sirve para distinguir el problema persistente y antiguo, de la opacidad, arrogancia y desprecio judicial, con el más reciente de una virulenta lucha política judicial que en gran medida refleja y se nutre con/de las luchas políticas “exteriores” (aunque el término pierda, paulatinamente sentido y vigencia). En segundo problema vino a empeorar al primero, no a compensarlo.


¿La democratización o la partidización de la justicia?

Los abogados nos engañamos y nos dejamos engañar fácilmente. Sobre todo aquellos que no hacen carrera lucrando contra el prójimo, sino a partir de sus convicciones éticas y de sus ideales (los cuales abundan en las academias, y esto no es una ironía). Tendemos a perseguir las formas bellas. Y así fabricamos o compramos toda clase de quimeras. Y aunque nos choquemos con la realidad no queremos negarlas. Si una idea es más bella en su forma (más democrática, más garantista), la defenderemos aunque aplicada produzca horrores y esperpentos (más presos, más crueldad).
La quimera que hoy comienza a circular supone que una forma democratizar este sistema, que acabamos de repudiar, es mediante el voto universal de los miembros del Consejo de la Magistratura. La idea tiene todos los atributos para enamorarnos: el poder judicial no es democrático y así lo sería. Quien elige a los jueces rendiría cuenta de sus decisiones. Y entonces el poder judicial representaría al pueblo.
Fue justamente el argumento de la democratización el que impulsó esas maquinarias de lobby llamadas Consejos de la Magistratura. Entonces ¿cómo pensamos que será el funcionamiento real de estos consejeros? ¿Qué harán, cómo decidirán quiénes serán jueces? ¿Quiénes podrán candidatearse? Aún si esta elección universal no estuviera ligada a las elecciones presidenciales y legislativas, algo de experiencia y algo de pesimismo me hacen creer que estarán en mejores condiciones de ganar quienes tengan experiencia electoral, quienes cuenten con un aparato político fuerte o con fuerte mecanismos de financiación para su campaña. Creo que ayudará a un candidato prometer lo que se cree que la gente quiere escuchar en ese momento, y no tanto defender las garantías o un saber jurídico tal o cual. Que la independencia de criterio será un lastre y una desventaja. En definitiva que los partidos, o las fuerzas electorales, como canales de expresión de las fuerzas fácticas, controlarán pronto el panorama, con su lógica de enfrentamiento y  negociación, obedeciendo, no a los interese populares, ni a un mejor saber jurídico si es que lo hay, sino como en todos los partidos, a un número de factores de poder que no pueden ser nombrados, que no pueden aparecer. Y si esto ya sería así en elecciones universales, ¿qué sería en esas mismas elecciones cuando la elección de consejeros van a una boleta partidaria atada a la presidencia y la legislativa?  Pero, dicen muchos progresistas de buena fe, si la lección de los magistrados ya es política, esto está bien, no sería más que blanquearlo. La elección de los jueces ES, en efecto política. Porque la política está en todos lados. Un determinado saber jurídico que forma a un abogado y a un jurista, también es político, está cargado de ideología. En la academia, también hay política, informal y partidaria. En los colegios de abogados, también hay política. En las uniones, las asociaciones. ¿Acaso no hay política en todos lados? Justamente, entregar el Consejo directamente al partido político ganador es monopolizar la política que en este momento se reproduce, emerge y aparece en tantos espacios distintos. Y en cada espacio con sus propias reglas. Por ejemplo: por supuesto que los partidos nacionales tienen su representación en partidos universitarios. Pero no es lo mismo, sus representantes son otros, y deben presentar sus planteos con una formación jurídica respetable. No pueden decir, ni hacer cualquier cosa, ni pueden decir y hacer todas las cosas que Así, un candidato académico elegido por la academia, sin dejar de ser partidario, deberá ser alguien más o menos prestigioso, un abogado o jurista que pueda dar cuenta de representar bien a su electorado, de saber algo de derecho, de reconocer la cualidad jurídica de un profesor o de un juez, aunque no esté en su mismo partido; su electorado será  más exigente jurídicamente, porque es un electorado especializado en derecho, que el votante universal, y porque el estudiante o el profesor valorará en ese candidato, no sólo su adscripción política sino otras capacidades.  El mismo ejercicio podríamos hacer respecto de cada espacio: el Colegio, el gremio, la unión. En todos ellos hay política partidaria, pero también hay algo más, hay un capital específico que sólo se valora y sólo vale en ese espacio. Pluralizar, entonces, aquí sería ampliar la participación de los partidos. O mejor de cada expresión partidaria en cada espacio, y no de una sola. Así como de un juez no pretendemos que sea solamente democrático o que represente a un partido, sino que además de democrático sea, transparente, que sepa derecho, eficiente, etc.
Claro que la política partidaria (la nacional y la de cada espacio) no trabaja únicamente en los cargos electivos. Se compone de una gran mayoría de trabajo secreto de negociación, financiamiento y control de territorio que hacen cuadros de perfil bajo, poco conocido por los electores. Los partidos políticos, es necesario repetirlo, son necesarios para la democracia. Pero no suficientes. Y transan y se componen de muchas otras cosas que no son democracia. Liberar el nombramiento de jueces a funcionarios electivos no es ni la única ni la mejor forma de democratizar verdaderamente la “justicia” (o mejor, el sistema judicial). También debe haber un sistema de concursos cuyo resultado sea determinante para el nombramiento. Seguramente acá habrá también política: en la forma de evaluar, en la forma de establecer el mecanismo de concurso, en la valoración de los antecedentes e incluso, de cómo resuelva un caso práctico del examen. Pero será otra razón política, que garantizará otras cosas necesarias para tener buenos jueces, además de que sean democráticos.
La partidización definitiva del Consejo de la Magistratura de hecho, cambiaría poco y nada, y tal vez hasta agravaría la crisis que trajo la llegada de funcionarios más apegados a los códigos de la política partidaria que al estudio y discusión del derecho (como ya vimos ha ocurrido en la Provincia de Buenos Aires).
Si la intención verdadera fuera democratizar la justicia, mucho más efectivo sería garantizar exámenes, públicos, limpios y transparentes, tanto en su convocatoria como en su evaluación, hacer públicas las negociaciones y los criterios por los cuales se elige un candidato por sobre otro, garantizar que se respecte una orden de mérito, y romper con la cadena de dependencia que asegura la institución del padrinazgo, darle un estatuto al empleado judicial que lo libere del yugo de su magistrado, que lo convierta en un empleado profesional de una planta que vaya más allá del pequeño reino del Juez, y que también tenga reglas claras de ingreso y ascenso (esta iniciativa, poco discutida y que considero la más central de todas, también está en el paquete de leyes que se han sancionado, pero también con algunas pequeñas “trampas”).
El voto para conformar el Consejo debe ampliarse sí, pero justamente no monopolizándolo. Deben recuperarse las voces de los actores con su propio color. La voz y los votos de la academia en tanto tal (no sólo de algún académico que responda al partido); principalmente por el voto de sus estudiantes, en general los actores más críticos y más activos del sistema (los que aún menos homologaron los intereses profesionales o partidarios a los suyos propios). La voz y el voto de los empleados judiciales (no sólo de los magistrados), en tanto empleados judiciales. La voz y el voto de los partidos, en su propia lógica.

Finalmente, todo esto no tiene sentido si no se rompe la estructura del padrinazgo y la deuda, la que garantiza que las cosas siempre se van a hacer según siempre se han hecho, según el Juez enseñe. Así cómo un estudiante entusiasta es la mejor vara para distinguir buenos y malos profesores, buenas y malas producciones jurídicas, libros, enseñanza, y también, profesores más democráticos y menos democráticos; un empleado independiente es la mejor garantía del cambio cultural, de que el juez no podrá hacer cualquier cosa, y deberá “apegarse a derecho” (sí, sí, aún cómo entienda él el derecho, no carente de ideología), incluso de las prácticas más democráticas o menos democráticas de sus jueces. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario