Por
Esteban Rodríguez*
*Magister
en sociología; docente e investigador de
la
“Políticas de terror”; “Temor y
control. Gobierno de la
inseguridad y regulación del delito” (en prensa).
Director del proyecto “El derecho a tener derechos.”
“Justicia legítima” es un soplo de aire en un
ambiente donde el clima está enviciado. Pero cuando los interlocutores que se
autoreferencian como protagónicos en este debate sui generis son todos
juristas, se corre el riesgo de reproducir aquello que se quiere cuestionar. No
sólo porque sigue siendo un debate corporativo, que sólo involucra a los
actores que orbitan al poder judicial, sino porque se organiza alrededor de la
voz cantante de los popes de siempre. No sólo están ausentes los sociólogos y
los carniceros, sino los poetas, estudiantes, las putas y sobre todo, aquellas
personas que aguardan una sentencia encerrados en prisión. Como si la justicia
fuese una discusión que sólo interesa a los juristas, un tema de su exclusiva
incumbencia y propiedad. Más allá que muchos de aquellos sean juristas
prestigiosos -y me apresuro a decir que cuentan de antemano con nuestra
admiración-, y que tengan la capacidad de hacer síntesis y por eso mismo
constituirse en la voz cantante de muchos otros sectores, si en realidad
quieren ser consecuentes con lo que predican, es decir, democráticos, si lo que
está en juego es una justicia democrática, el debate debería amplificarse.
Eso por un lado, porque por el otro, en cuanto a
los juristas que participaron del evento, las voces que se escucharon en la Biblioteca Nacional
fueron la de aquellos que viven en la gran ciudad de Buenos Aires. Cuando le
llegó el turno a los magistrados o defensores de Jujuy, el tiempo se había
acabado. Era muy tarde para seguir discutiendo. Llamativamente el orden de los
expositores coincidió con los que tuvieron algún protagonismo en los medios las
semanas anteriores.
Salvo honrosas excepciones nadie se animó a
hablar con nombre y apellido. Se llamaron las cosas por su nombre, pero esas
cosas estuvieron envueltas en el anonimato. Claro, había mucha gente con el
culo sucio entre la audiencia. Había opus dei y duhaldismo duro, algunos
maltratadores de los trabajadores judiciales, y algunos magistrados que
continúan brillando por su ausencia durante los días laborales, que viven de
feria. Y también había mucha parentela, mucha familia judicial. Muchos de
estos, ya habían lavado su conciencia con los juicios de lesa humanidad contra
los militares y sus cómplices. Pero ahora quieren hacer valer su peso
específico. No somos partidarios de la teoría de la manzana podrida. Creemos
que la justicia no se va a democratizar sacando las manzanas en mal estado.
Hasta que no se modifique el canasto que las contiene, se pongan en crisis las
rutinas judiciales (clasistas, machistas, elitistas y patoteras) se van a
seguir pudriendo todas las piezas. Pero eso no significa que Justicia Legítima
deba prestarse para lavar las conciencias de los funcionarios que soplan para
donde corre el viento.
No somos ni infantiles ni puristas. Estamos de
acuerdo también con la recomendación que Perón le hizo a Cooke cuando éste lo
acosaba con su correspondencia y corría por izquierda al General: “Los leales y
los desleales cuentan sólo para construir y debemos manejarlos a todos porque
sino llegaríamos al final con muy poquitos. Por otra parte hay dos clases de
lealtad, la de los que son leales al Movimiento y los que son leales cuando no
les conviene ser desleales. Con ambos hay que contar: usando a los primeros sin
reservas y utilizando a los segundos, a condición de colocarlos en una
situación en la que no les convenga defeccionar. Al final, no hay hombres
buenos ni malos, más bien todo depende de las circunstancias, aunque para
conducir es siempre mejor pensar que muchos son malos y mentirosos.” No estamos
pensando en la lealtad sino en la crítica, aunque es cierto que para muchos de
los que estaban allí presentes lo que estaba en juego era la lealtad. “Justicia
legítima” necesita a los buenos pero también a los malos de siempre. El punto
consiste que tengamos en cuenta que dentro de este tren, además de la mujer
maravilla está Drácula y el hombre lobo, que nadie se haga ilusiones entonces.
Más aún cuando unos cuantos se apresuran a ser más papistas que el papa y
confunden la crisis de justicia con las falta de lealtad, la independencia con
la obsecuencia. Y que conste que no renegamos de la militancia política al interior
del poder judicial y el ministerio público. El campo jurídico, como cualquier
otra esfera es un espacio tensado entre diferentes actores, atravesado de
disputas de poder, desiguales y combinadas. No hay carmelitas en sus claustros.
Allí se tejen alianzas y se rompen acuerdos como en cualquier otro campo de
poder. Las relaciones son cambiantes y los procesos no son irreversibles. Como
lo demuestra la cantidad de figurones que se acercaron hasta “Justicia
legítima” para lavar su consciencia y de paso quedar bien parados otra vez.
Como siempre! Pero entendemos que hay disputas principales y secundarias y que
no se puede batallar en todos los frentes al mismo tiempo. Eso no quiere decir
que estemos todos en la misma vereda, jugando el mismo juego y pensando las
mismas cosas. Aunque pueda sorprendérsenos visitando los mismos auditorios.
La sensación que tenemos es que seguimos
“rodeados de viejos vinagres”. Dylan tenía razón al señalar que cuando los
funcionarios se quedan sin pelo tienen que dar un paso al costado. Digo: Para
cambiar la justicia tiene que haber un cambio generacional también. Estamos de
acuerdo que la juventud es una tarea pendiente que no llega con la edad. Que
hay viejos que siguen siendo jóvenes, y jóvenes viejos que se saltearon la juventud.
Pero la justicia, para democratizarse, necesita de ideas nuevas y otra
sensibilidad, es decir, de ideas más cercanas a la realidad, que sean
permeables a la realidad con la que nos medimos nosotros diariamente.
La legitimidad para la justicia dependerá de la
habilidad de sus anfitriones para convocar al resto de la sociedad a un debate
que no empieza y termina en la organización de una nueva asociación. Levantar
ese muerto, después de tanta crisis de representación que se traduce en una
desconfianza recurrente, implica participar a toda la ciudadanía en la
administración de justicia. Que así sea.
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