LA GRIETA Nro 8

MAYO 2013

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UNA JUSTICIA LEGÍTIMA ES UNA JUSTICIA DEMOCRÁTICA.



Por Esteban Rodríguez*

*Magister en sociología;  docente e investigador de la 
UNQ y UNLP. Miembro del CIAJ. Autor de “Vida lumpen”; 
“Políticas de terror”; “Temor y control. Gobierno de la
 inseguridad y regulación del delito” (en prensa). 
Director del proyecto “El derecho a tener derechos.”



“Justicia legítima” es un soplo de aire en un ambiente donde el clima está enviciado. Pero cuando los interlocutores que se autoreferencian como protagónicos en este debate sui generis son todos juristas, se corre el riesgo de reproducir aquello que se quiere cuestionar. No sólo porque sigue siendo un debate corporativo, que sólo involucra a los actores que orbitan al poder judicial, sino porque se organiza alrededor de la voz cantante de los popes de siempre. No sólo están ausentes los sociólogos y los carniceros, sino los poetas, estudiantes, las putas y sobre todo, aquellas personas que aguardan una sentencia encerrados en prisión. Como si la justicia fuese una discusión que sólo interesa a los juristas, un tema de su exclusiva incumbencia y propiedad. Más allá que muchos de aquellos sean juristas prestigiosos -y me apresuro a decir que cuentan de antemano con nuestra admiración-, y que tengan la capacidad de hacer síntesis y por eso mismo constituirse en la voz cantante de muchos otros sectores, si en realidad quieren ser consecuentes con lo que predican, es decir, democráticos, si lo que está en juego es una justicia democrática, el debate debería amplificarse.
Eso por un lado, porque por el otro, en cuanto a los juristas que participaron del evento, las voces que se escucharon en la Biblioteca Nacional fueron la de aquellos que viven en la gran ciudad de Buenos Aires. Cuando le llegó el turno a los magistrados o defensores de Jujuy, el tiempo se había acabado. Era muy tarde para seguir discutiendo. Llamativamente el orden de los expositores coincidió con los que tuvieron algún protagonismo en los medios las semanas anteriores.
Salvo honrosas excepciones nadie se animó a hablar con nombre y apellido. Se llamaron las cosas por su nombre, pero esas cosas estuvieron envueltas en el anonimato. Claro, había mucha gente con el culo sucio entre la audiencia. Había opus dei y duhaldismo duro, algunos maltratadores de los trabajadores judiciales, y algunos magistrados que continúan brillando por su ausencia durante los días laborales, que viven de feria. Y también había mucha parentela, mucha familia judicial. Muchos de estos, ya habían lavado su conciencia con los juicios de lesa humanidad contra los militares y sus cómplices. Pero ahora quieren hacer valer su peso específico. No somos partidarios de la teoría de la manzana podrida. Creemos que la justicia no se va a democratizar sacando las manzanas en mal estado. Hasta que no se modifique el canasto que las contiene, se pongan en crisis las rutinas judiciales (clasistas, machistas, elitistas y patoteras) se van a seguir pudriendo todas las piezas. Pero eso no significa que Justicia Legítima deba prestarse para lavar las conciencias de los funcionarios que soplan para donde corre el viento.
No somos ni infantiles ni puristas. Estamos de acuerdo también con la recomendación que Perón le hizo a Cooke cuando éste lo acosaba con su correspondencia y corría por izquierda al General: “Los leales y los desleales cuentan sólo para construir y debemos manejarlos a todos porque sino llegaríamos al final con muy poquitos. Por otra parte hay dos clases de lealtad, la de los que son leales al Movimiento y los que son leales cuando no les conviene ser desleales. Con ambos hay que contar: usando a los primeros sin reservas y utilizando a los segundos, a condición de colocarlos en una situación en la que no les convenga defeccionar. Al final, no hay hombres buenos ni malos, más bien todo depende de las circunstancias, aunque para conducir es siempre mejor pensar que muchos son malos y mentirosos.” No estamos pensando en la lealtad sino en la crítica, aunque es cierto que para muchos de los que estaban allí presentes lo que estaba en juego era la lealtad. “Justicia legítima” necesita a los buenos pero también a los malos de siempre. El punto consiste que tengamos en cuenta que dentro de este tren, además de la mujer maravilla está Drácula y el hombre lobo, que nadie se haga ilusiones entonces. Más aún cuando unos cuantos se apresuran a ser más papistas que el papa y confunden la crisis de justicia con las falta de lealtad, la independencia con la obsecuencia. Y que conste que no renegamos de la militancia política al interior del poder judicial y el ministerio público. El campo jurídico, como cualquier otra esfera es un espacio tensado entre diferentes actores, atravesado de disputas de poder, desiguales y combinadas. No hay carmelitas en sus claustros. Allí se tejen alianzas y se rompen acuerdos como en cualquier otro campo de poder. Las relaciones son cambiantes y los procesos no son irreversibles. Como lo demuestra la cantidad de figurones que se acercaron hasta “Justicia legítima” para lavar su consciencia y de paso quedar bien parados otra vez. Como siempre! Pero entendemos que hay disputas principales y secundarias y que no se puede batallar en todos los frentes al mismo tiempo. Eso no quiere decir que estemos todos en la misma vereda, jugando el mismo juego y pensando las mismas cosas. Aunque pueda sorprendérsenos visitando los mismos auditorios.
La sensación que tenemos es que seguimos “rodeados de viejos vinagres”. Dylan tenía razón al señalar que cuando los funcionarios se quedan sin pelo tienen que dar un paso al costado. Digo: Para cambiar la justicia tiene que haber un cambio generacional también. Estamos de acuerdo que la juventud es una tarea pendiente que no llega con la edad. Que hay viejos que siguen siendo jóvenes, y jóvenes viejos que se saltearon la juventud. Pero la justicia, para democratizarse, necesita de ideas nuevas y otra sensibilidad, es decir, de ideas más cercanas a la realidad, que sean permeables a la realidad con la que nos medimos nosotros diariamente.
La legitimidad para la justicia dependerá de la habilidad de sus anfitriones para convocar al resto de la sociedad a un debate que no empieza y termina en la organización de una nueva asociación. Levantar ese muerto, después de tanta crisis de representación que se traduce en una desconfianza recurrente, implica participar a toda la ciudadanía en la administración de justicia. Que así sea.


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