Por Maria Pita*
*
Antropóloga. Investigadora del Equipo de
Antropología Política y Jurídica, UBA.
Autora de "Formas de morir y formas de vivir.
El activismo contra
la violencia policial" Del Puerto/CELS.
Si algo he escuchado en todos estos años
de trabajo de campo orientado a la descripción y análisis de las diversas
formas de la violencia policial, es justicia. Como reclamo, como deuda
pendiente, como reconocimiento, como contrapeso de la violencia, como verdad.
Justicia es un reclamo, una demanda, que
no significa lo mismo en distintos momentos. O sí, sólo que tiene varios
significados que, en diferentes circunstancias de una historia de violencia y
de muerte, se activan. Reclamos que las más de las veces aluden a la necesidad
de esclarecimiento acerca de los hechos, de debido proceso y de castigo, que
también funciona a modo de reconocimiento estatal por lo ocurrido y -por eso
mismo- a modo de pedido de disculpas. En ese sentido, podría decirse que la
demanda de justicia es, cuanto menos, polisémica. Trataré de explicarme un poco
mejor.
La demanda de justicia, como término
genérico, contiene a una serie de situaciones que básicamente se encuentran
vinculadas con los modos en que se van desarrollando los acontecimientos en lo
que hace a administración de justicia y resolución de conflictos. Es decir, el
reclamo de justicia no sólo se expresa al momento de demandar/reclamar el
esclarecimiento de los hechos y la aplicación de una pena al victimario,
resolviendo de este modo el (un) conflicto puntual; sino que en los distintos
momentos del proceso, “demandar justicia” significa diferentes cosas. Así, ante
la ocurrencia de un hecho de violencia institucional, se demanda justicia para
el esclarecimiento de las circunstancias del hecho; a ella se añaden conforme
avanza el proceso y si se evidencia la existencia de irregularidades en el
mismo, esto es de “complicidades institucionales” , otra serie de demandas de
justicia, esta vez por irregularidades producidas en el mismo proceso judicial,
que en gran medida minan la confianza –si alguna vez la hubo- en las
instituciones encargadas de administrar justicia. También se demanda justicia
ante una sentencia que se percibe como no satisfactoria (“la injusticia de la
condena” ya se trate de un sobreseimiento, de una absolución, o de una pena más
baja de lo esperado). Estas dos últimas situaciones pueden potencialmente dar
lugar a la generación de acciones adicionales o suplementarias abriendo
entonces un abanico de acciones orientadas a demandar justicia hasta agotar las
instancias en la justicia nacional (apelaciones) y –si tal cosa es viable- en
el campo supranacional (Corte Interamericana de Derechos Humanos, por ejemplo)
. Es posible, de hecho, identificar en la demanda de justicia una serie de
“fases”: una fase de demanda de verdad que supone el esclarecimiento
(conocimiento) de los hechos; una demanda de imparcialidad que denuncia lo que
entienden como irregularidades en el proceso; una demanda de castigo que supone
el reconocimiento de la responsabilidad penal de los que produjeron el delito y
la consecuente imposición de una pena como reparación del daño .
Aunque a veces, la demanda de justicia al
momento de reclamar por lo que pasó, inevitablemente lleva a quienes lo hacen a
reconstruir una historia previa de injusticias y violencia. De algún modo es
así que se pone de manifiesto que la justicia qua reclamo y demanda, es también
denuncia de un estado de situación y valor opuesto a formas de vivir donde los
modos de hacer de agentes investidos de estatalidad tienen por moneda corriente
la violencia, la extorsión, la arbitrariedad y el abuso de poder que hacen a
formas de morir. Justicia significa entonces lo que no se tiene, lo que no hay,
y un deseado freno a un estado de cosas.
Para Esther , por ejemplo, que siempre
vivió en un barrio humilde del oeste del Gran Buenos Aires, antes de que pasara
lo que pasó, es decir, antes de que su hijo y un amigo de él fueran fusilados
en un campito por un grupo de policías por negarse a trabajar como “buchones”
para ellos hacia fines de la década de los ’90 (poco tiempo después de los
hechos que se conocieran como “La masacre de Ingeniero Budge” , es decir en un
momento en que apenas asomaba como cuestión la violencia policial en tiempos de
reapertura democrática), justicia se definía como aquello que faltaba en su
barrio y que, de haberlo, hubiera funcionado como un límite para los abusos de
poder policiales.
Esther, contra su voluntad, mantenía una
relación cotidiana con la policía, a causa de las continuas detenciones de
Marcos:
A mi hijo durante cuatro años lo han
llevado preso. Pero ¿sabés por qué lo llevaban? por vagancia, o porque cuando
veía el patrullero disparaba [salía corriendo] o porque habían roto una
ventana... venía el patrullero y los levantaban a todos los pibes que estaban
en la esquina. Todos iban calladitos, presos, ninguno se retobaba, pero él! él
los escupía, el los retaba, el les decía “a mí no me vas a llevar porque yo no
he hecho nada”, los retaba... Marcos sabía que corría la droga, que le vendían
droga a los chicos presos, le pedían a Marcos, el comisario Lorenzo y Radice,
le pedían que Marcos robe para ellos, que salga a venderle drogas para ellos,
que a él lo iban a cuidar, que a él nunca más lo iban a llevar preso, mirá que
vivos que son! Marcos en ese tiempo era menor, por eso ellos se abusaban, le
decían que ellos le iban a dar toda la protección, que él iba a andar tranquilo
en la calle, que nadie lo iba a tocar, que nadie lo iba a llevar preso, que el
iba a ser un rey, que iba a ganar mucha plata y Marcos les decía que no, que
eso no lo iba a hacer nunca. Bueno, le dice, entonces nosotros te vamos a
traer, las veces que te enganchemos en la calle te vamos a traer, por nada te
vamos a traer. Y bueno, lo llevaban preso y yo tenía que ir y pagarle la multa,
le pagaba la multa ¿y vos sabés que los hijos de puta lo soltaban enseguida?
¿Sabés la plata que me han sacado a mí? Lo llevaban de gusto para que yo pague,
te lo juro! Y bueno y vos sabés que estos hijos de puta, yo les pedía siempre
un recibo y nunca me daban, no, porque ese era el delito de ellos. Le hacían
siempre por vagancia, por desorden en la vía pública, lo llenaban de pilas de
causas todas por vagancia, por desorden en la vía pública, por retobarse a la
policía decían
María-Y lo largaban en cuanto vos
pagabas...
E- Si, si, si
M-¿Y quien te venía a avisar?
E- Ellos, ellos venían con el patrullero
o con un ford que sabían tener en ese tiempo, un ford viejo, amarillo. A
cualquier hora venían, en el momento que lo agarraban, al ratito nomás, a los
cinco minutos venían y me decían señora tiene que ir a retirarlo a su hijo
porque está en la comisaría. Ah! bueno, sí, ¿que ha hecho? No, nada, nada, lo
hemos llevado por vagancia, porque está en la esquina, bueno. En ese tiempo los
llevaban a los chicos, ¡no sabés cómo era de hija de puta la policía! Tenía 16
años, 15, ya desde los trece para arriba.
M-¿Y a todos los chicos les pasaba igual?
E- A todos, sí. A todos les pasaba. Les tenías que pagar para que suelten a los
pibes.
Por esta proximidad, resultado de la
cotidianeidad, Esther llegó a conocer a todo el personal policial de la
comisaría de su barrio. Pero no sólo ella y algunas de las madres de los otros
jóvenes sistemáticamente detenidos –o sencillamente demorados, es decir,
detenidos extraoficial e ilegalmente- los conocían. El barrio, desde hacía
tiempo, estaba patrullado por un servicio de calle de la comisaría que lo
recorría a diario. Y también por dos hombres, el Cheto y el Pelado –al que en
un barrio vecino conocían como Rambo-. El Cheto trabajaba en la comisaría y en
sus horas libres, hacía el servicio de custodia del barrio junto al Pelado, un
suboficial de servicio penitenciario.
Caminaban todo este barrio, todo el San
José Obrero y todo lo que hace a El Mirador, o sea que cuidaban tres barrios,
bah! saqueaban [enfatiza] a los tres barrios. Los tres barrios estaban con
ellos aterrorizados... así andaban en la calle los dos, con la recortada en la
mano ... Uno de ellos era policía, trabajaba de ahí, de policía. Y el otro era
un matón que era guardia cárcel. Ellos custodiaban el barrio. Al tipo le decían
Rambo, allá en Castillo lo conocían por Rambo, acá le decían el Pelado. Porque
era un pelado grandote viste? de ojos azules. Y andaba mostrando todas las
armas. Tenía escopetas recortadas, tenía unas cadenas…Era, ¿viste como anda
Rambo? Bueno, igual! Con decir que el tipo andaba con chaleco, un chaleco de
jean. Y en el chaleco tenía toda esa clase de armas, de las que vos le busqués.
Acá a los tipos eran el pánico de todo el barrio, te juro. Yo creo que recién
ahora a la gente le pasó el temor de esos tipos. Y vivían por acá. Ellos
entraban a los negocios, ponele, esto yo tenía para vender y el tipo venía y
decía yo quiero esto, no, yo quiero esto, y esto y se lo llevaba, vos no le
podías decir no, no te lo lleves. Bajaban las bebidas de los almacenes, los licores,
los whiskys, los cognacs, todo, como si fueran dueños. Entraban en los
almacenes y hacían desastres, y en las panaderías, en los negocios. Todos los
negocios les tenían terror, porque los tipos entraban de prepo y te manoteaban
las cosas. Y a la vez tenías que pagarles. Les tenías que pagar una cuota, de
una mensualidad era, para que te protejan, que no anden los chorros. Pero ellos
eran los chorros porque ellos entraban a tu casa y te saqueaban los negocios!
Había una señora que tenía una pollería para allá para (...) y ella me contó a
mí cuando yo fui a preguntarle a ella, porque ahí paraban. Y ella me dice,
doña, a mí me han dejado en bancarrota, me llevaban las latas de durazno, los
huevos me llevaban dice, docenas de las cosas (...). Yo no le podía decir nada
doña, ellos eran los dueños del barrio, eran dueños de todo...y vos sabés que
el dueño de la panadería, que me conoce a mí y lo conocía a Marcos de chiquito,
él siempre me decía, yo lo siento tanto lo que ha pasado con tu hijo, dice,
pero ¿qué podemos hacer contra estos hijos de puta?, ¿qué podemos hacer
nosotros? dice, si ellos nos tienen acorralados a nosotros, dice, encima que
les pagamos, ellos nos tienen en las manos de ellos, me dice. ...Así andaban en
la calle, los dos, con la recortada en la mano... [el Pelado] andaba con la
recortada ¿viste? en la mano, también la nueve en la mano tenía, mostrándola a
todo el mundo. Él la mostraba a todo el barrio, como un trofeo. ¡Él no la
escondía! ¡y ningún policía puede andar así en la calle, mostrando la escopeta!
Esther cuenta que a su hijo la policía lo
perseguía siempre. Pasa que él no les hacía caso, no los quería, ellos lo
buscaron más de una vez ellos le decían, vos fijate quién anda con la droga,
quién roba y vení y contanos a nosotros. Eso es lo que le decían, que él sea
buchón de ellos, que les cuente todo. Le decían que él podía ser el jefe y que
ellos lo iban a proteger, pero él les decía que no. Y de ahí que lo empezaron a
perseguir más…y el policía éste le dijo a Marcos: ahora porque sos menor venís
zafando, pero cuando cumplas 18 ¡ya vas a ver!, ¡te estoy esperando, cuando
cumplas 18 no te me vas a escapar! Y así fue. A la semana de cumplir 18 me lo
mataron... A él y al amigo los mataron. Los tuvieron en la comisaría, los
picanearon, le dieron bolsita. A los dos. Después los llevaron al campito y ahí
los fusilaron.
A partir de ese momento, para Esther
justicia era lo que había que conseguir. Y para eso antes había que reconstruir
cómo había ocurrido lo que pasó. Así fue que durante bastante tiempo fue
hablando con distintas personas del barrio. El dueño del pool del barrio donde
Marquitos y su amigo habían interrumpido su carrera de bicicletas ara tomar
algo y jugar una partida; unos vecinos que más tarde los vieron pasar tratando
de eludir dos patrulleros que habían comenzado a perseguirlos; y otro que dijo
ver cuando a los chicos los subieron a un patrullero. Después de eso, nadie
sabía ni había visto nada más. Esther seguía buscando testigos, alguien que
aunque no quisiera declarar en sede judicial pudiera contarle algo.
Porque para poder hacer justicia primero
había que poder demostrar que no había sido un ajuste de cuentas y que su hijo
tampoco era un buchón de la cana. Porque, como decía Esther: Marcos acá, en el
barrio era respetado por todos los amigos. Era como que él era el capo acá de
los amigos ¿viste? entonces la policía lo quería chupar para ellos, sí, que sea
buchón de ellos. Él me decía siempre, y un amigo de él - que también caía cada
dos por tres- me dijo siempre, Doña ellos lo querían para que sea buchón de
ellos, que le trabaje para ellos. ¿Cómo él va a andar de buchón de los mismos
amigos?! él sabía que los amigos andaban robando…pero él no los iba a
deschavar. Yo por eso digo a veces mirá, yo creo que como mi hijo no va a haber
otro amigo... a veces capaz que los amigos le decían, Paco fijate que no venga
la cana nosotros vamos ahí a robar, o vamos a hacer tal cosa. Vayan, vayan,
vayan ustedes y él se quedaba ahí cuidándolos, o les avisaba si venían [los
policías]. Y venía la cana y decía, Paco ha sido! por el solo hecho que llegó
el patrullero y lo veía a él en la esquina. Y él se echaba culpa......y después
ellos [la policía] dijeron que fue ajuste de cuentas! nada que ver.
Así, hacer justicia era además restituir
el nombre de Marcos, su buen nombre. Y también, restituir pos-mortem, su
humanidad. La de él como la de tantas victimas de la violencia estatal que
aparecen, debido a las circunstancias de sus muertes, como seres matables.
Porque me lo mataron como a un perro. Lo fusilaron. Y lo dejaron tirado en el
campito.
Si como señala Octavio Paz (1994), se
muere como se vive, y si, se fue muerto como un perro, se hace preciso cambiar
el signo de esa muerte, con un relato sobre la forma de morir que denuncie, que
impugne la forma en que fueron muertos y que, de este modo, permita hacer de
ese cadáver una persona (Agamben, 1998).
Y este trabajo, que hace a la restitución de humanidad de esos muertos,
a la necesidad de retirarlos de la categoría de matables, es algo que puede
leerse tanto en las declaraciones públicas, en los distintos actos de protesta,
en las ocasionales situaciones de confrontación con la policía y, también, en
las narraciones y en los relatos de corte más íntimo, en las que no sólo se
relata lo que se hizo, sino que también se lo explica. Más de una vez, los
familiares de los jóvenes muertos (me) han contado historias que hacían a la
presentación de los jóvenes, a sus valores y sus convicciones, a todo aquello
que desde su perspectiva no sólo les restituía humanidad sino que los
re-presentaba íntegros y por eso, no sólo queridos por su familia, sino también
por sus amigos y su comunidad. Y ese empeño descansa, en gran medida, en
aquello que señala Paz respecto del sentido de muerte anudado al sentido de la
vida y, a partir de ello, de cómo las maneras de morir reflejan maneras de
vivir. A través de la denuncia de una forma de morir, se pretende restituir el
status perdido de las vidas de quienes ahora son esos muertos.
≈ Ser muerto como un perro -expresión que
más de una vez emplean los familiares para describir las muertes- alude de
manera casi metonímica a la nuda vida, en tanto el perro aparece como el locus
de lo asocial, de lo inhumano, de aquello –no quien- que puede ser golpeado,
apaleado, matado en la mitad de una calle, rematado en un campito, sin que –al
menos inicialmente- ello importe más que la anulación de una vida biológica y
no social. La deshumanización de la víctima, el cuerpo expuesto a la muerte
violenta, despojado de cualquier derecho, abandonado, muerto como un perro,
pone de manifiesto la existencia de una pura violencia que puede ejercerse
sobre seres matables. La situación en sí misma, se presenta entonces
paradójica. Porque, al tiempo que con la protesta, se trata de re-inscribir en
la humanidad a estos muertos revirtiendo así post-facto su condición de seres
matables, la denuncia y la protesta constatan este carácter, y es precisamente
la impugnación de esa condición lo que les permite politizar estas muertes. Es
decir, estos muertos con su condición de seres matables, son al mismo tiempo
que aquello que se denuncia e impugna, la condición de posibilidad de la
denuncia y de la protesta. Y esto así, ya que es precisamente a partir del
reconocimiento de la condición -que denuncian activamente- que pueden propugnar
la politicidad de estas muertes.
Que se trató de un fusilamiento, Esther
lo supo no sólo porque ella, su marido y otros vecinos, un rato después de oír
los tiros y cuando comenzaba a clarear se acercaron al campito, sino porque
pocos días después de la muerte de Marcos una mujer –amante de uno de los
policías- y, destaca Esther en su relato, madre de un chico de la edad de
Marcos, la mandó a llamar. Esther acudió a la cita que la mujer propuso y ésta
le contó que ella había estado en el campito y vio cuando fusilaron a los
chicos.
A los 10 días que lo mataron, una minita,
que era la minita de uno de los policías me contó todo lo que pasó esa noche
ahí en el campo. La mina esa me mandó a llamar por otra persona, me mandó a
llamar con un vecino... El día tal y tal, no ese mismo día, sino que me citaba
para dos o tres días después, que vaya a las tres de la tarde que ella me iba a
esperar que ella quería hablar urgente conmigo. Y ahí me enteré todo, todo lo
que te estoy contando.
M- ¿Vos ya sabías quién era ella?
E- No, no la conocía no, no, no. Ella me
contó que era mina de uno de ellos, del Pelado. Y que se acostaba también con
Lorenzo. Ella era una mina de... bah! una mina que se drogaba, andaba en la
joda viste? Y bueno, ella me contó todo. Ella me empezó a contar todo, todo,
todo lo que pasó esa noche con Marcos, y me dijo, ellos los mataron y yo cuando
ellos lo ejecutaron a tu hijo, yo me di vuelta, yo me di vuelta así porque no
quería verlo...ella, era una [baja el tono de voz] era una puta, viste? que se
acostaba con todos, dicen que hasta con el comisario se acostaba, y ella andaba
trepada arriba de los patrulleros. Dice ella que cuando lo han ejecutado a
Marcos se ha dado la vuelta, eso me contó ella a mí. Ella me mandó a llamar a
la casa y yo fui con mi hermana y ella nos contó. La mina estaba en la cama y
ella nos contó y nosotros meta escuchar todo, todo... abajo de la almohada
tenía un revólver...ella nos contaba con lujo y detalles lo que le habían hecho
a Marcos, nos contaba todo lo que le habían hecho las policías... Dice que el
Tata les pedía por la madre, que lo dejen que tenía la madre viejita, que pedía
por favor. Y bueno, y dice que Marcos hasta lo último les peleaba a ellos, que
les decía hijos de puta, que Marcos los insultaba, que no les pedía. No les
pedía clemencia a ellos, no, no, no. Marcos les decía que son unos hijos de mil
puta, que dios no los va a perdonar, que les deseaba lo peor para ellos. Dice
que en ningún momento se arrodilló a pedirles [que no lo mataran], pero Tata se
arrodillaba y les pedía por la madre que no lo maten, y lo mataron
igual...Después ella fue a los tribunales a declarar pero cuando fue allá negó.
Porque ella, cuando le mandan la citación de Castillo, se la da manda el mismo
amante a la citación!...¡¿ cómo la mina va a ir a declarar, a mandarlo
adentro?! aparte lo tenía que mandar al frente a Radice, a Lorenzo, y a toda
guardia que estuvo esa noche, y según ella, se acostaba hasta con el
comisario... en realidad ella es igual a ellos, porque si no, cómo?! Escuchame!
ella tiene un hijo de la edad de Marcos! y en ese tiempo el chico estaba
estudiando, cómo ella que es madre puede permitir de ver o dejar que hagan una
cosa así?
Que a Marcos lo mató la policía también
se lo dijo, cuenta Esther, su vecino, José, un policía que prestaba servicios
en la comisaría de un barrio próximo. El hombre le dijo a Esther que llamó al
comisario para recriminarle que la gente a su cargo había matado a
su vecino que era un buen chico. José y
su esposa se acercaron a la casa de Esther para dar el pésame y lloraron la
muerte del joven. Pero Esther no los aceptó.
El entierro de Marcos se convirtió en un
hecho político, en un reclamo masivo de justicia y de denuncia por los casos de
gatillo fácil que no terminaron ese día: marchas y festivales, carteles,
afiches, volantes. Sin embargo, pese a todo el empeño puesto en la
reconstrucción de los hechos, la causa de Esther por la muerte de Marcos fue
archivada por falta de pruebas y no consiguió que se reabriera. No obstante, durante todo ese tiempo Esther
consiguió adhesiones, apoyo, y entre otras cosas, algo parecido a un
reconocimiento, una especie de pedido de disculpas social que de algún modo
funcionó para restituir el nombre de su hijo.
Luego de varios años, el municipio le
cedió una parte de la plaza de barrio para hacer un monolito a la memoria de su
hijo. A mí me han ayudado muchos los derechos humanos, dice Esther. Los derechos humanos pelearon y pelearon
hasta que consiguieron que me den el lugar…así que yo tengo la plaza, bueh! un
pedazo de plaza… ¿vos sabés que primero no querían? porque decían ¿sabés lo que
decían estos hijos de puta? no, no se puede poner a cualquiera ahí en la plaza.
Y yo un día agarré y fui y hablé con el intendente y le dije, mi hijo no era
cualquiera, mi hijo, esas plantas, todas esas plantas que hay ahí en la plaza
alrededor que te sombrean todo, y que ahora va la gente a sentarse ahí, las
puso mi hijo, le digo. Porque él iba a jugar a la pelota ahí cuando era chico,
entonces, entre todos los pibes las han puesto a las plantas. Así que bueno,
así me la dieron…conseguí para que se haga un monolito en la esquina de mi
casa.¡Mirá que tan mala persona era mi hijo para que yo consiga todo lo que
conseguí!
Esther es de la más antiguas familiares
de gatillo fácil, como se los conoce a quienes reclaman por los muertos a manos
de la policía independientemente de que sus muertes hayan ocurrido bajo la
forma de falsos enfrentamientos –vg. fusilamientos- torturas en comisaría o
desapariciones-. Su reclamo de justicia en un momento conseguir la constatación
de los abusos policiales permanentes en el barrio y sobre todo para con los jóvenes. Luego, por conseguir que se sepa
lo que pasó con su hijo y el amigo. Hoy, veinticuatro años después de la muerte
de su hijo, continúa yendo a las marchas de reclamo y demanda de justicia en
otros casos de violencia policial. La demora en conseguir justicia y un pedido
de disculpas que, aunque valioso, llega a medias, no la detiene. Esther demanda
justicia por los muertos de gatillo fácil. Un reclamo de justicia que busca
mucho más que una sentencia condenatoria. Es una denuncia por formas de morir y
formas vivir injustas. Y allí radica también el sentido de la justicia.
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